SÁNAME,
SÁLVAME (Del escritorio del pastor)
Leyendo en la noche Las Sagradas
Escrituras, me encontré con este versículo en Jeremías 17:14 que dice: “Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré
salvo; porque tú eres mi alabanza.”, Inmediatamente, mi cerebro hizo
click en el tema que el domingo pasado estuvimos hablando a la iglesia, de las
dos maneras en que nosotros como hijos de Dios damos por vencido al diablo, al
enemigo eterno de Dios. Y es que según Apocalipsis 12:11, dice también “Y ellos
le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra
del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la
muerte. ” En el desarrollo de este mensaje usted me irá comprendiendo la
concatenación del versículo de Jeremías con Apocalipsis.
Cuando digo que mi cerebro hizo click, es porque
recuerdo precisamente que el domingo pasado que nos comprometimos a testificar de lo que
Dios ha hecho en nosotros, a un amigo, a un compañero de trabajo, a la iglesia
misma, pues al testificar de lo que Dios hizo por mí, derroto más y más al
enemigo, le doy más palos en su espalda. Y al leer esté versículo cuando dice “
sálvame, y seré salvo” recuerdo una noche de aflicción, una noche de febrero de
1999, cuando pensé que iba a ir a la cárcel, que iba a perjudicar a un gran
amigo, que había atropellado a alguien y que podría haber fallecido esa
persona.
Quizás en algunos apuntes anteriores, o en la
página de internet de nuestra iglesia, podrías haber leído acerca de cómo llegué
a Cristo, pero al menos, tratando de testificar lo que Dios hizo por mi esa
noche, te contaré algunos detalles que me ayuden a explicar porque le doy
gracias a Dios y porqué testifico.
Fue un día sábado 20 de febrero de 1999 cuando un
buen amigo, me vendió su vehículo, un lindo Geo Metro, color rojo, polarizado, con algunas franjas
decorativas a los costados, con quemacoco (no muy común en ese entonces en los
vehículos pequeños) y que para mí era el
carro soñado, pues era mi segundo vehículo después de haber tenido por varios
meses a un Volslwagen , modelo de 1970, color verde metálico, en el cual aprendí a manejar, tuve varias
aventuras buenas y malas, tuve como 4
accidentes, y en ninguno de ellos salí herido, siempre me protegió la mano de
Dios. Así que en ese sábado me entregó las llaves mi amigo y me dispuse ir a
celebrarlo junto con otros amigos e ir a comer a un lugar pintoresco llamado
Olocuilta, a 25 Km. De San Salvador, famoso en nuestro país por hacer una ricas
pupusas de arroz. Fuimos al anochecer y aunque bebíamos bebidas alcohólicas,
ese día no tomamos, sino que sólo comimos y decidimos regresar como a las dos
horas de estar en ese lugar.
Nos subimos a mi vehículo, bien me acuerdo de haber
comprado una franela para limpiar el polvo, tú sabes, la manía que se obtiene
cuando se tiene un juguete nuevo como este, que no quieres que se ensucie y nos
dispusimos a regresar. La carretera, una autopista de 4 carriles era sin
iluminación, y quizás habíamos recorrido unos 2 kilómetros, cuando en una curva,
una persona salió por el costado
izquierdo de la carretera, presuntamente ebrio, porque sin precaución alguna,
sólo se dejo ír, no pudiendo esquivarlo, a pesar de la maniobra respectiva y de
venir a velocidad moderada, la persona rebotó en el parabrisas por el lado
derecho, cayendo al piso posteriormente y sin señales de vida.
Me bajé del vehículo para ver el atropellado, no se
movía para nada y uno de mis amigos gritaba como loco diciéndome: “lo mataste, lo
mataste”, y otro venía casi dormido por lo que no se dio cuenta del accidente. Me dispuse a esperar la policía, resignado a
responder por ese hecho accidental, pero un automovilista, sin conocerlo, detuvo
su carro y me dijo: amigo, suba a su
carro, no espere más, porque si la policía te agarra te va a meter preso, andate, vete, rápido y eso me animó a
hacerlo. Apenas había encendido el carro cuando ví venir a una gran cantidad de
personas que venían con lámparas, gritando: “agárrenlo, ese lo mató, agárrenlo”.
Emprendí la marcha, mis amigos me decían metele la pata, vámonos rápido, pero
yo decidí venir despacio, pensando en mi mente que si la policía me alcanzaba,
que estaba bien. Llegué a San Salvador y ningún carro policial me siguió. Uno
de mis amigos, un buen amigo llamado Ramón, me ofreció su casa para ir a pasar
la noche, el otro, el que gritaba como loco, me ofreció su garaje para dejar mi
vehículo, cuyos daños se podían ver: parabrisas roto, caperuza abollada y sin espejo
retrovisor izquierdo, pues había quedado quebrado en el lugar del accidente.
En el desarrollo de la noche, al llegar a la casa
de mi amigo Ramón, empezó a angustiarme la idea de que la policía me
encontrara, ya no quería tener que encontrármela y me llevara preso, me
angustiaba pensar en la persona atropellada, si estaba viva o muerta, me
angustiaba aún más pensar que en el espejo retrovisor estaban mis huellas
digitales, por la constante limpieza que le había estado dando horas antes.
También me angustiaba pensar que mi amigo, el que me había vendido el vehículo,
lo podían ir a capturar, ya que el traspaso del vehículo no se había hecho en
el departamento de Tránsito, temiendo que alguien hubiese anotado las placas
del carro. Tenía un torbellino de angustias, y me acordé de las palabras de mi
amigo Wilfredo, el que me vendió su carro, que meses atrás me había hablado de
Dios, de su plan de salvación y de haberme invitado a la iglesia a donde él
iba. Ya antes lo había oído en labios de
varios amigos. Años atrás, otros amigos habían diseñado planes de evangelismo
para mi vida, incluyendo a mi primera
novia en bachillerato, pero nunca había dado mi brazo a torcer. Así que angustiado en gran manera decidí
llamar a mi amigo Wilfredo y exponerle el caso. Recuerdo que con voz temblorosa
le marqué y le conté lo sucedido y le doy gracias a Dios, Aleluya, porque la voz que oí no fue la de un acusador,
ni de una persona temerosa con dudas, sino de alguien seguro, afirmado en lo
que creía, y me dijo: “No te preocupes Roberto, todo estará bien, no tienes que
preocuparte por mí, más bien, es el momento de que pienses más en ti, en lo que
Dios te puede ayudar”. ¿Dios, -dije en mi mente? No recuerdo haberle pedido a Dios ayuda, no
recuerdo haberle confesado como mi Salvador, sino que en forma vaga tal vez le
había pedido un tipo de ayuda. Mi amigo
prosiguió: Mañana es domingo, -dijo, te espero en tal lugar, a las 8:30 AM para que
vayas conmigo a la iglesia y te pongas a cuentas con Dios. Me devolvió la paz a mi corazón. Soy poco
para que las aflicciones me quiten el sueño, también hasta en eso le doy gracias
a Dios, porque puedo dormir en paz, en cualquier circunstancia, ahora más con
la ayuda de mi Padre. A partir de ese
momento comenzaría a desarrollarse el maravilloso plan de salvación para mi
vida, pues fue a partir de este incidente en donde decidí abrir mi corazón al
Dios de Israel.
A partir de ese momento, mi boca pidiendo ayuda en
mi aflicción, ha de tener la seguridad que Jesús, mi Rey, me salva, y me ha
sostenido, me ha respaldado, me ha ayudado. No sólo me ayudó a través de mi
amigo Wilfredo a encontrarme con Él, sino a gozar de las innumerables
añadiduras en el Reino de Dios. Gracias
a él he llegado a lugares donde nunca me los imaginé llegar y aún faltan muchos
más, he comido deliciosos manjares impensables, conocido a grandes
personalidades y sobre todo a estar ministrado de su poder, de su gloria, de su
amor a las personas que así lo han pedido.
Sí amigo lector, al leer ahora este versículo “Sáname,
oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo; porque tú eres mi alabanza” si puedo decir, CIERTAMENTE LA MANO DE DIOS
me sostiene, me ayuda, no da mi pie al resbaladero y que cada vez que le pido
sálvame de una tribulación, EL ME SALVA, que cada vez que pueda estar
quebrantado en salud, ÉL ME PUEDE SANAR con el poder de su amor. GRACIAS DIOS, GRACIAS JESÚS, GRACIAS PADRE,
GRACIAS ESPÍRITU SANTO. TE AMO ¡¡¡ESA ES MI ALABANZA!!!
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