Cómo pastor, me ha tocado a asistir a un buen
número de funerales, algunos han sido de amigos o de familiares de mis hermanos
de la iglesia. Gracias a Dios, aún no me ha tocado presidir un funeral de una oveja de esta iglesia. Pero sí, algunos funerales me han cautivado,
especialmente cuando ha habido buenos testimonios de los hijos, amigos o parientes dolientes de aquel difunto. En este año, he asistido al funeral de la esposa de un buen amigo, el del padre de otro viejo amigo, y de mi prima Blanca.
El pasado viernes 7 de este mes, tuve que asistir
al funeral de una prima, por parte de mi mamá, quien falleció por
complicaciones en su salud. Tenía años de no saber de ella, pues se había mudado
también de mi cantón a la ciudad capital y varios de sus hijos, que haciendo el
análisis genealógico vendrían a ser mis sobrinos, no teníamos contacto.
Sin embargo, a través de las redes sociales, hoy en
día es casi imposible que pases desapercibido, tarde o temprano alguien te delata
que eres amigo de otro amigo que te conoce y ahí sigue la cadena hasta que
alguien descubre al primo o amigo olvidado por años tal como me pasó a mí. Fue
hasta unos meses atrás donde me contacté a un primo y este a su vez tenía como contacto
a los hijos de mi prima Blanca. Desde
que estábamos en el cantón fuimos amigos especialmente de Álvaro y de Luis
Roberto. De los otros hijos casi no me acordaba, pues estaban muy chicos cuando
yo emigré a la ciudad capital.
El jueves 6 me estaban dando la noticia de Blanca
había fallecido, contacté a Álvaro y él ya estaba en San Salvador. Había dejado
su trabajo en los EE.UU y se había dejado venir al funeral de su madre. El
viernes 7 era el funeral de ella. Hice el esfuerzo de ir al lugar donde estaban
sus restos mortales. Al llegar, Álvaro me reconoció al verme y me llamó. Le dí
el pésame, aunque ambos sabemos de que aquel que cree en Jesús, la muerte no
debería de entristecernos, sino al contrario, de estar alegres, porque vamos a
pasar a mejor vida. Me presentó a sus demás hermanos y hermanas, las cuales ya
no me acordaba, entre ellas a Concepción,
una hija que había estado con mi prima hasta el último de sus días.
Lo que quiero hacerte ver con este relato, es que aquel momento donde se entrega el cuerpo a
la tierra, antes de hacerlo, aquellos hijos y aquel esposo se dirigieron a
los congregantes que se habían apersonado y dijeron unas palabras que me
hicieron pensar en algo inevitable: ¿Qué dirán de mí mis hijos o amigos cuando
vayan a mi funeral? Espero que asistan…. Me estremeció oir a su hija Concepción decir
las siguientes palabras: “Mi mamá nos enseñó a que fuéramos como los deditos
de las manos, unidos, que si uno le dolía algo, a todos nos dolía, nos enseño
valores y principios para estar en comunión con Dios” Hubieron otras palabras de ella como de una
nieta, que no recuerdo su nombre, cuyas palabras de ambas me persuadían a
discernir que lo que hablaban no lo hacían del diente
al labio sino del corazón a la boca.
Habló también Pablo, su esposo y sus palabras describían a la mujer
ideal que todo hombre soñara.
Ciertamente, es bueno honrar los padres en todo tiempo, y considero que
honrarlos en un funeral es uno de los sublimes momentos que cierran el ciclo de
lo que fueron su presencia física. Pero más sublime es honrarlos en espíritu,
modelando las buenas actitudes, sus enseñanzas espirituales, los buenos
consejos que ellos nos dieron, porque a la verdad, cada consejo que nos daban
era para ser más sabios de lo que nosotros pensábamos.
Ahora, viendo ese cuadro y oyendo con detenimiento cada
palabra que decían de ella, reflexiono y digo: ¿Qué dirán de mi aquellos seres
que Dios me entregó como mi primer ministerio? ¿Qué dirán mis amigos los
cercanos como los conocidos? Reconozco que la gracia de Dios me alcanzó cuando tenía
33 años, cuando habían pasado 13 años de haber comenzado un hogar y cuando ya
había formado un círculo de amigos, que gracias a Dios no fue un círculo de drogadictos,
sino buenos amigos emprendedores. Confieso que aquel hogar que hice en los años
90 lo hice pedazos y lo dejé como un rompecabezas por la ausencia de Cristo en
mi vida. Y DIOS LLEGÓ A MI VIDA Recién convertido me volví apasionado por el
servir en un ministerio evangelístico y mi
esposa se alegró porque aquel hombre que decía que era católico, y que bebía
fines de semana o cualquier día que hubiese oportunidad, aquel varón que se fugaba
los fines de semana con los amigotes o amigotas y llegaba hasta el domingo,
ahora se dirigía a la iglesia en el oriente del país. Pero nadie me preparó como dejar que el Señor
me instruyera a recuperar ese hogar con aquella bella esposa que Dios había
puesto a mi lado, aún siendo pecador. Dejar
que Dios compusiera mi rompecabezas era la clave, reconocer que mi familia era
el primer ministerio que cuidar y reconquistar aquel amor que me habría brindado aquella bella mujer
era uno de los pasos a seguir para ser
aquel buen pastor. Pero bien, hemos cometido errores como padres, como esposo,
como hermano en Cristo, y espero que esos errores no transciendan al olvido o a
la indiferencia en momentos como estos. Es mi deseo que en mi funeral estén mis
dos únicos hijos, la que fue mi esposa y aquellos que levantamos en la iglesia,
como un gesto de agradecimiento, pues en algo contribuimos a marcar sus
vidas. Aquel ser que dejamos huellas por
el mal carácter, por no valorar como vaso frágil, a no amarla tal como Dios me amó,
le pido a Dios pueda tener un corazón limpio de toda amargura y aunque no esté
quizás presente físicamente, pueda estar en paz con Dios, por ende con todos, incluyéndome.
Por mis errores, hubo un precio que pagar: La
disgregación de mi familia. Créanme que si pudiese regresar el tiempo y comenzar
desde que recibí a Cristo, me hubiese volcado a buscar más de la voluntad de Dios, preparándome para que Cristo me ayudase
a reconstruir aquel hogar. Comenzar desde un principio con Dios y con mi
familia, para que posteriormente, juntamente con ella pudiese yo servir en el lugar que Dios escogiese para mí. Tengo que seguir adelante, tengo que dejar que
mi Dios me dé su mano y terminar mis días en paz y en armonía con todos, morir
con las botas puestas en el ministerio que Dios me entregó, haciendo lo sublime
y lo más valioso para la humanidad: rescatar las almas para Dios, instruyéndola
en toda verdad, especialmente aconsejando a las recién hechas parejas, a los
jóvenes para que sepan construir un buen matrimonio.
Pero bien, recordaba que en la Biblia hubo un
funeral solitario, donde sólo uno acompañó
al féretro… ese era Moisés, que cuando su muerte sólo Dios lo enterró y nadie
sabe de su tumba, sólo Dios. Deuteronomio 34:5-7
34:5 Y murió
allí Moisés siervo de Jehová, en la tierra de Moab, conforme al dicho de
Jehová.
34:6 Y lo
enterró en el valle, en la tierra de Moab, enfrente de Bet-peor; y ninguno
conoce el lugar de su sepultura hasta hoy.
34:7 Era Moisés
de edad de ciento veinte años cuando murió; sus ojos nunca se oscurecieron, ni
perdió su vigor.
Sé que mis
hijos me amán, y confío en aquella promesa que hallo en La Biblia en Pedro 4:8 “Sobre todo, sean fervientes en su amor los unos por
los otros , pues el amor cubre multitud de pecado” Que ellos
sepan perdonarme por no haber construido esa familia con cimientos profundos
del amor de Cristo y la que fue mi única esposa que me perdone todo maltrato, toda indiferencia, toda incomprensión,
todo olvido, etc. al igual que mis hijos
perdonen nuestra negligencia y propia opinión que llevó a un rompimiento familiar,
para construir una congregación a precio de familia. Dios me dio un llamado, un
llamado que ha sido duro para mí, pero confortante con el servicio a Dios. Hemos
formado muchachos desde niños, hemos formado hombres y mujeres adultos en la
iglesia, con altos y bajos, pero hemos dejado huellas en muchos corazones, de
los cuales espero sean agradecidos no conmigo, sino con Dios, y que todo esfuerzo
que se puso énfasis en levantarlos y edificarlos a costa de sacrificio de
horas, días, semanas de no cuidar a mi familia sea recompensado con dar buenos
frutos en donde ellos estén. Sólo le
pido a mi Dios que en mi funeral, que no sea ostentoso, porque es vanidad, sino
sencillo, pero con aquellas palabras de amor a un padre que lo han perdonado.
Gracias Mi Señor, por los años que vienen por
delante, ayúdame a formar en mis hijos y
en la madre de ellos, sí aún se pudiese, un vínculo de amor que nos ayude a
llegar hasta el final de mis días en unidad y en amor. Gracias mi Señor Jesús.
Desnudo mi corazón, porque sé que nuestros días
están contados así como hasta el último de nuestros cabellos y que debemos de
estar preparados en todo momento para dar explicación de todo lo que
hacemos. El Señor los bendiga en gran
manera.
Atte.
Roberto González, pastor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario